sábado, 29 de marzo de 2014

Entre Cervantes


Juan Marsé y el "Pijoaparte" 
en el patio Trilingüe 
de la Universidad de Alcalá (II)


La Barcelona de las novelas de Marsé.
Juan Marsé y la novela desgarradora entre el fracaso y la supervivencia de sus personajes 

              
  Juan Marsé caminando por el patio Trilingüe del Rectorado de la Universidad de Alcalá de Henares, donde recogerá su Cervantes, nos recuerda al “Java” en Si te dicen que caí, al “Pijoaparte”, en Últimas tardes con Teresa, o "Susanita" y "Daniel" en El embrujo de Shanghai; como también el blanco y negro de las películas que marcaron su juventud (admiración por Bardem, padre, en Muerte de un ciclista, o a Berlanga con sus Verdugo y Plácido; porque, hablando de cine, Marsé salva a pocos creadores actuales por la  valentía y calidad en sus trabajos; de hecho, son muchos los que se han interesado por sus obras para adaptarlas al cine y pocas le llenaron, La promesa de Sanghai de Víctor Erice, y poco más). Los personajes de las obras de Marsé tratan de evadirse de un mundo degradado, violento, de las calles que marcaron la juventud de Marsé en su Barcelona natal. Si bien parecen haber fracasado en sus metas encuentran oasis cobijados por el amor. 

   Las imágenes recurrentes de sus escenarios se corresponden con la Barcelona que abandonó muy pronto, como nos contaba tras su galardón en el 2008, para buscarse la vida, y no seguir los designios que le marcaban desde su familia adoptiva en un negocio familiar. Para terminar con con pico y pala y después como “garçon de laboratoire”, en el “Instituto Pasteur” en París. Es en esa Francia, de finales de los cincuenta, donde contacta con la izquierda exiliada del régimen franquista, desde el Partido Comunista de España (PCE), e inicia una amistad, cimentada hasta hoy, con Antonio Pérez (escritor, editor y sobre todo creador en 1961 de “Ruedo Ibérico”, y hoy director de su propia Fundación en Cuenca que añade a su lado que Marsé era un “peliculero”, por su desbordada pasión por el cine).  Pero Juan reconoce que, desde un principio, “mi compromiso es con la literatura porque si mezclas literatura y política no haces ni una cosa ni otra”, aunque tiene muy claro que en la Transición democrática en nuestro país, “se optó por callar y olvidar” y recuerda que la derecha no ha condenado nunca el régimen autoritario del general Franco. 
   Juan Marsé, Antonio Pérez, y muchos otros amigos del escritor que pasaron estos días por Alcalá, convien en la clandestinidad más apabullante y creativa de aquellos años compartiendo espacios e intimidades con personajes como Paco Ibáñez del que, como anécdota aparte, aseveran tenía enamorada a la mismísima Brigitte Bardot. Descubrimos secretos como el origen del apodo de “Pijoaparte” que, curiosamente, viene de Antonio Pérez que mantuvo una conversación con españoles emigrantes en Ginebra hablando de sus vidas y derroteros. En 1962 vuelve a España para iniciar una prolífica carrera como escritor, guionista y periodista. 
   En las horas que pasea con Joaquina, su inseparable y fiel compañera, por estos rincones universitarios, ella no reprime ninguna sonrisa ante las anécdotas variopintas, a veces desconocidas, del insigne, personal, categórico y afable Juan Marsé. Son, a buen seguro, semilla de nuevas creaciones.

      Extracto del artículo publicado en Compluteca nº 60, revista del IES Complutense de Alcalá de Henares, Madrid, junio 2009, pp. 30-33.

Entre Cervantes


Juan Marsé y Tomás Eloy Martínez,
novela y periodismo entrecruzados 
en el día de Cervantes (I)

Juan Marsé. La Vanguardia 17-4-2009.
 Cada veintitrés de abril  el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares acoge el Premio “Cervantes”. En 2009 el reconocimiento recayó en Juan Marsé (Barcelona, 1933). La casualidad quiso que coincidiera, en esas mismas fechas, el premio “Ortega y Gasset 2009” que concede el diario El País, a Tomás Eloy Martínez  al que el jurado consideró: “Maestro de reporteros y ejemplo de excelencia en una de las carreras de periodismo más brillantes en lengua castellana”. 

Tomás Eloy Martínez el periodista fiel a sí mismo

Tomás Eloy Martínez, 
(San Eloy de Tucumán, 16-7-1934,
 fallecido el 31-1-2010).
Foto de El liberal, 16-3-2014.
 Es mediodía en el IES Complutense de Alcalá de Henares. El periodista argentino se "enfrenta" a un público jóven ante el que reafirma su compromiso con la libertad incitándole “a comportarse como tuviesen a bien”, pues para él no hay mayor compromiso del hombre que su libertad, sus ideas, lejos de las impuestas desde cualquier designio.
   Tomás Eloy había llegado a Alcalá el día anterior para abrir el “Festival de la Palabra”, organizado por la Universidad, con motivo de la entrega del Premio Cervantes, en esa ocasión al poeta Juan Gelman, amigo personal del escritor: “Conozco a Juan desde hace muchísimos años, diría que desde hace más de treinta, trabajamos juntos en un periódico a finales de los años 70. Yo lo veía escribir en el periódico sus poemas con esa pasión de poeta; cerraba la puerta de su despacho y cuando yo llamaba lo descubría con ese asombro con el que se descubre al poeta… Siempre que leíamos aquellos versos nos sorprendía que en el rumor, en el tráfago de la vida periodística, él pudiera sacarle al lenguaje tanta belleza”.

 Tomás Eloy era escritor, además de periodista y crítico de cine. Amigo personal, componente para ser más justo con su figura, del grupo más significado de la literatura hispanoamericana actual como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Onetti o Augusto Roa Bastos. A sus 75 años retenía en su memoria algunos de los instantes más significativos de una generación rompedora en la creación de la literatura hispanoamericana y con los que, a la manera de Proust, recomponen su imaginario y dan forma a los sueños en sus textos: “A García Márquez  tuve la fortuna de conocerlo mientras escribía Cien años de soledad momento en el que hizo sus verdaderos amigos. A Carlos Fuentes lo conocí en una casa de Buenos Aires en 1962 siendo un muchacho que llegaba de la Universidad de Concepción de Chile y que acababa de escribir su primera novela La región más transparente. En el grupo de personas que nos reunimos en el balcón de esa casa estaban Julio Cortázar, Enrique Pezzoni, José Bianco entre otros… El mismo Fuentes comentó que si se caía el balcón se caía la literatura.  Pues de ese tipo de fraternidad se alimenta la memoria”.
 El contacto con los grandes creadores del momento y su implicación en el devenir histórico de Argentina, le impidió vivir en libertad en su país,  e hicieron que su manera de ver el mundo fuera muy personal: “Veíamos el mundo en una especie de horizonte abierto en el cual todo era posible. Era un mundo para ser regado transformado, transfigurado por la palabra. Creíamos en el peso de la palabra. No creíamos que el mundo podía ser cambiado por la palabra, pero que el mundo podía ser embellecido por la palabra.”.
   Del bagaje de aquellos años rescataba: “Mi vida ha sido una larga batalla de la escritura contra el poder” en un esfuerzo por sintetizar multitud de trabajos periodísticos y escritos de este hombre de complexión fuerte, mirada tranquila y de voz dulce, algo mermado de oído pero con un sentido del humor y de la cercanía humana que lograba sacar preguntas de lo más hondo de los adolescentes que le escuchaban. A los mismos a los que confesó que había comenzado a escribir cuando él tenía, más o menos, sus años, con una primera narración que sorprendió a sus padres durante un castigo en su casa aislado de todo libro o entretenimiento; luego seguiría con poemas de amor con los que ganó muchos concursos con unos versos a los que ahora no reconoce. Hasta que un día un buen amigo miembro de un jurado que le otorgaba el premio le comentó “que no tenía personalidad, que no definía al Tomás de dentro, que sus poemas eran de aquí y de allá sin una unicidad”. Una lección que no olvidó nunca. 
  Luego dictaría en Alcalá de Henares, una conferencia que llevaba por título “Poesía y relato: lazos de familia” en la que definió a la poesía como “el cauce por el que fluía ese río, el de los relatos que se transmitían de generación y generación los hombres para poder sobrevivir”.
  Tomás Eloy fue, durante más de cincuenta años, observador y narrador de la realidad sobre el papel frágil y efímero de los periódicos que creó y en los que dejó sus más cercanas visiones de la historia sin dejar de ser leal a sus ideas, “el periodista debe ser leal al lector, a la realidad y a sí mismo... Hice lo que creo que debe hacer todo escritor, ser fiel a sí mismo”. Su obra El vuelo de la reina es una denuncia contra la corrupción política, pero el no se define un luchador de la justicia sobre la historia: “No estoy comprometido con la historia. La utilizo para reflexionarla en mis obras”. Desde nuestro punto de vista tres novelas son claves en su devenir: La novela de Perón (1985), Santa Evita (1995) o Las memorias del general (1996) escritas desde su bagaje profesional como periodista de aquellos años y la última de ellas fruto de haberse entrevistado con el general en su exilio dorado en los años cincuenta en su residencia llamada Puerta de Hierro en Madrid, como invitado de lujo de su homólogo Francisco Franco y donde conocería a la bailarina Maria Estela de Perón, Isabelita, a quien había conocido en Panamá en 1956.
   Sus obras literarias surgieron muchos años después de ser crítico de cine de los más importantes diarios de Hispanoamérica como La Nación de Buenos Aires, redactor jefe del semanario Primera Plana, o del suplemento cultural del diario La Opinión. En su exilio obligado en Caracas fue editor del Papel Literario del diario El Nacional y fundó El Diario de Caracas.
 Cuando le preguntamos si para ser un buen escritor se debe tener una vida rica en experiencias, algunos de esos datos biográficos avalan parte de su respuesta: “Lo es desde mi punto de vista, pero no debemos olvidar aquellos grandes autores que con vidas aparentemente más sencillas se recluyen en sus espacios y crean obras universales”. Su vida le ha llevado desde Venezuela, como periodista exiliado, a ser profesor en las universidades de todo el mundo hasta recalar definitivamente en Nueva York, “en la medida en la que los seres humanos logramos ser nosotros respetamos mejor al mundo al que pertenecemos”. Confesó que cuando una idea le obsesionaba: “Escribo de la mañana a la noche. Me obseso. La escritura es una pasión excluyente como cuando estás enamorado que sólo quieres hablar y oír de la persona amada”. 
   Pero muchas más obras abrigan su fama como un gran maestro de la literatura hispana a Tomás Eloy. Una muy especial para sus recuerdos, “para mí es El cantor de tango", que nos abre los oídos a esa música, el tango, o cualquier música, de cualquier color o cultura, “porque el lenguaje primero es música, luego lenguaje. 
   Al final de la entrevista Tomás Eloy nos lee el principio de El Cantor de tango, y con su voz dulce, melodiosa, anhelante, añorante de su Buenos Aires de siempre y “porque el tono de la obra está al principio” nos lee muy bajito, pero muy hondo: “Septiembre 2001. Buenos aires fue para mí sólo una ciudad de la literatura hasta el templado mediodía de invierno del año 2000 en que escuché por primera vez el nombre de Julio Martel…”.
   Un año después tuvimos la suerte de reencontrarnos con una nueva novela suya Purgatorio que, según comentó en distintos medios, es la que más rápido escribió y le permitó volver a tratar una serie de temas que ya había tratado antes pero nunca con tanta libertad. “… el impulso inicial que me movió a escribir este libro fue tratar de recuperar, mediante la escritura y la imaginación, lo que el exilio me ha quitado. La escritura y la imaginación tienen un poder mayúsculo, un poder que traté de medir a través de la escritura de esta novela. La idea original era narrar la vida cotidiana de los argentinos, no los campos de concentración, no los tormentos, no las muertes horrendas, sino la grisura de la vida cotidiana.” 
   Hablaba de ésta como una nueva experiencia en la que supera el miedo y ve fluir más certeramente lo que quiere transmitir con la escritura: “Sin miedo a las consecuencias. Caminar sobre una cuerda floja sin caerte. En estos temas uno piensa cuál es el límite y hasta dónde puedo avanzar, y cuanto más libre te sientes, más seguro te sientes y mejor avanzas”.

Extracto del artículo publicado en Compluteca, nº 60, junio 2009, pp. 30-33.