domingo, 20 de julio de 2014

Entre Cervantes


Camilo José Cela,
o el arte de la palabra
fresca y desnuda
(veintiocho años después)


   Todo el mundo estaba al tanto del jocoso comentario “los españoles no tocan el culo a las mujeres” que publicaba una columna de El País ese mismo día. Muy pocos minutos bastaron para que saliera a relucir en la improvisada tertulia en la rejuvenecida Fonda España, ahora de Carlos. Ojalá hubiera estado en la mesa Fray Luis, hubiéramos tenido el pan con la sal. De lo primero no quedó ni un mendrugo; de lo segundo dicta la superstición que no quede un grano sobre el mantel, y Don Camilo se vació como el salero. Y es que bajo esos gruesos cristales que resisten la mirada cansada de este hombre, bonachón de apariencia, de voz grave y bien templada, se esconden unos ojos chicos, traviesos y pícaros, que esmaltan todo su brillo cuando se desata la aquilatada lengua, de quien mejor maneja los ovillos del habla llana. “Yo no dije tal cosa aunque sí pellizqué a la desagradecida periodista”, afirma quien únicamente no ha sacado los colores tratando este fogoso tema a la choferesa de su segundo Viaje a la Alcarria, claro siendo ésta de color. 
Imagen relacionada     Vino a pronunciar el pregón de fiestas al pueblo que fue cuna de Fray Luis de León, Belmonte de Cuenca. Compartió el vino y el pulso de sus gentes que se deshicieron en mil detalles para agradecerle su presencia en estas calles cargadas de historia y entresijos cotidianos. Don Camilo, resonando su nombre cientos de veces entre los belmonteños, trajo esa humanidad, que muy pocos como él saben labrarse, hablando del vino, el placer y, cómo no, de mujeres. Arropado por sus incondicionales y la hiedra de un patio manchego, campechano y dicharachero, volvió a llamar al pan pan y al vino vino. Esa noche…
   “Me sobran cuarenta años”, que carga sobre nuestras espaladas al compararnos en su vitalidad, “y aunque he escrito y dicho tantas cosas que ni tan siquiera recuerdo todas, es justo ahora cuando más me gusta disfrutar de todo”, cuestión que hace al narrar sus vivencias e historias, “ahora lo que más me divierte es silbar y saltar a la pata coja aunque, como comprenderá, ya no puedo hacerlo”. 
   Don Camilo, esto me lo dice cuando ya está harto de buenos libros y excelente música, “eso son fanfarrias”, y entre chato y chato, siempre del mismo vino, “no me gusta cambiar”, mientras advierte que apaguen la música que no nos deja charlar tranquilos. Así que comemos rápido al hilo de su conversación para no perdernos ripio, pues él no cena, tan sólo pincha de vez en cuando el curado jamón, entre el silencio que se hace en el resto de mesas del jardín para escucharle. A sus espaldas una rueda de carro viejo simula la rueda de la fortuna que le acecha y, hasta aquí, le ha “guiado” por buen camino. 

   “Miren si hay gente para todo. Hace unos días me preguntaba una joven sociólogo que cómo había pasado aquellos años del franquismo; imagínense ustedes, como si tratara de hace cinco o seis siglos; en fin, que cómo había llevado mi vida sexual. Le respondí que como todo el mundo: llevándome una mujer cuando pude. Claro, me reprimí de llamarlo como se debe: joder, que todo el mundo lo entiende. Al aclarárselo se quedó roja como un pimiento”. 
   Marina Castaño, su secretaria, atiende de vez en cuando a la plática del escritor. Al tiempo está al tanto de quienes quieren acercarse al Cela entrañable para pedirle autógrafos o simplemente saludarle. Tímidamente le recuerda la hora y este hombrazo “nada mayor” le sobrecoge con un “vámonos ya Marina que comienzo a desvariar”, sin hacer ademán de iniciar despedida alguna y disponiéndose a contar “siempre la penúltima” anécdota que le llega a la memoria, sin dar tiempo a camuflar mi libreta entre platos y cubiertos, destapando mis “sisas”; con una sonrisa me dice que si lo deseo puede narrar más despacio. Y así hace.

Tierras y gentes de todas partes

   “Miren ustedes, mientras estuve por tierras andaluzas me eché una novia que se llamaba Gracita G., que tenía una hermana que se llamaba Sole. Esta Sole tenía un novio cojo, con un zapato de estos, de tacón enorme, que siempre me decía ¿y tú que eres muy aficionado a los toros, qué crees que es lo que me falta para ser torero? Y yo le contestaba siempre, mira Antonio, lo que a ti te ocurre no es de falta, lo que a ti te pasa es que te sobra y, claro, casi me mata”. Pero Gracita no ha caído en saco roto, “pues a lo que íbamos, aquella Gracita cuando me preguntaba que de dónde era, yo le contestaba gallego, y ella muerta de risa, me daba otro apretón fogoso. Lo que ocurrió más tarde vino después de una borrachera que me tuvo en cama un día y medio. Al despertarme allí estaba, adormiscada, sentada en una mecedora con las falta subida hasta las corvas. En una mano un abanico y en la otra un fajo de hojas de periódico y dándose aires en los muslos. Me levanté, le dije que iba por tabaco, y hasta hoy. ¡Qué mujer aquella!”.
   Varios jóvenes se acercarán con servilletas y sin bolígrafos cogidos por la sorpresa y el qué dirán mis padres que tanto me han hablado de este hombre que ahora sale en televisión, en audiencias con el Rey, o en los anuncios de CAMPSA. Otros, los menos, han tenido que leer, a la fuerza, La Colmena, Viaje a la Alcarria o La familia de Pascual Duarte, en los últimos cursos de la Educación General Básica (EGB), o el Bachillerato. “Jo tío, y este es el mismísimo Cela”, pero no estaban en la conferencia que dio en el colegio público “Fray Luis de León” horas antes. Tampoco estaban aquellos que lo habían recibido como quien ve llegar al Papa, entre el rito del abrazo y el agasajo, con el silencio del atardecer mortecino como testigo. Ni tampoco quedaron después aquellos que ya consiguieron primeramente el autógrafo del gran “Cervantes” del siglo XX (todavía faltaban nueve años para que se le concediese este galardón en Alcalá de Henares, y tres para el Nobel).
Cela recibiendo el Premio Cervantes.
Alcalá de Henares, 1995.
   Tan sólo rondaba, muy de vez en cuando, sin llegar a cansar, el dueño de la posada, “¿qué tal don Camilo?, buen provecho. "Sí gracias". "¿Más vino don Camilo? Una copita más, siempre del mismo”, sin cambiar. “Por término medio se puede beber algo menos de un litro por comida”. Mientras, se puede hablar de la dominación francesa en Indonesia, o de los ingleses “aunque llevo el apellido no me caen bien los de esta raza”, en la India. Muy poco pan, y casi nada de carne en salsa. Siempre con las “entendederas” tapiadas hasta no haber acabado lo que quería decir, “sólo me falta que me disequen”. Y es que le han preguntado de todo, le han dicho de todo, y le han hecho de todo.
   Don Camilo, dicen que el padre de la Constitución fue Jordi Solé Tura. “Bueno eso no es cierto. También lo fueron muchos otros que no han estado tan en boca de todo el mundo. De todas formas es justo reconocer el trabajo de todos. También estaban Peces Barba y el propio Fraga entre otros. En el fondo fue un trabajo de Derecho Comparado. Yo sólo cumplí mi papel lo mejor que pude”.

Franco, su custodia

   En su vida don Camilo tiene algo muy metido entre ceja y ceja, “yo no podía haber estado en otro lugar que el que me correspondió dentro de la política”. Vivió con exiliados a los que ayudó cuando pudo y hasta les tiró la primera piedra al hacerles reconocer su impotencia desde el momento en el que afirmaban “entrar” a la muerte del general Franco pues “resultaba imposible para ellos derrocar el régimen impuesto tras la guerra”. De vuelta a España ayudaría a cuantos se le acercasen a su casa “aún a las tres de la madrugada para pedirme que hiciera lo posible para salvar a un comunista que iban a darle el “paseo” a la mañana siguiente. Me acerqué a la comisaría, pregunté por el susodicho diciendo que quería interesarme –por su familia sabe- y me dijeron que le caerían uno meses de cárcel por haberse fugado sin acabar el servicio militar después de la guerra. Total, que casi lo descubren los propios compañeros cuando la policía no sabía sus actividades, ni militancia política. Había mucha descoordinación”.
   “A Franco no le he llegado a conocer más que por las anécdotas y comentarios. Mire, contaba don José María Peman que en una de sus audiencias particulares con el general, éste le comentó textualmente: No debieras preocuparte por la política, ¿ves?, ni yo mismo la practico”. “Sin embargo, continúa don Camilo, él mismo puso en jaque a muchos diplomáticos con los que se entrevistaba en sus propios despachos, de los que el general sustraía, a veces, papeles de esencial importancia para el Estado. Ejercía, para mí, una política de “cuartelillo” austera y sin más mano derecha que la del palo”. Muchos me han recordado esa austeridad también del general con el vino y las mujeres. “Pues a mí me han contado, con cierta gracia, el día en el que detuvieron a su padre embriagado en un bar mientras contaba como tenía tres hijos, uno de ellos muy inteligente, Ramón, otro muy simpático, Ricardo, y otro tonto, mi Paquito. Claro está, que después del primer revuelo estaba en la calle”.
   El caso es que Franco, o la cohorte de “chupatintas” censuraron, según el propio Cela, alguno de sus libros y le conminaron hasta el “destierro” en Las Palmas. Don Camilo, ¿un cierto paralelismo con la vida de don Miguel de Unamuno allá en Fuerteventura? “No nunca. Yo siempre he sido mucho más entretenido. Además don Miguel fue operado de fimosis cuando ya tenía bastantes hijos; y yo siempre he disfrutado de un p…, al aire, desde que era muy chico. No, no existe paralelismo”.
   Y vuelve a la tunda chiquilla, “a ver señor Alcalde, señor Barriga, ¿por qué no nos vamos a romper las farolas del pueblo de al lado?”, para terminar contando su más preciada historia amorosa de juventud: “Con esta nos marchamos Marina, que ya comienzo a desvariar”, y se lanza a encontrar en su memoria aquella mujer de fama casta y “honrada” de la provincia de Ávila que logra trocar y “apañar” a la desesperada en el confesionario de una iglesia de la vieja capital castellana. Se carcajea y rezuma en las palabras que tuvo que soltar para acallar tanto gozo y jadeo de la “virtuosa”, “calla mujer que vamos a ir a parar al infierno”.
Manuel Dicenta, Caballero Bonald (Premio Cervantes 2002),
Cela y Fernando Quiñones, a principios de los años 50, en una feria.
elcultural.es
   Cuando por fin se levanta de la mesa el ambiente se ha cargado de algo entrañable y amigo. Nos hemos contagiado del amor al vino, a las mujeres y a la saludable tertulia. Nos despedimos del gran pope. Buenas noches don Camilo. Mañana, quien sabe, ¿volverá con un “como decíamos ayer”?

Belmonte, 23 de agosto de 1986.


De lo publicado en el Semanario Gaceta Conquense
Año 3, núm. 111; del 30 de agosto al 5 de septiembre de 1986.

P.D.: Aquella velada nos delató un amor en ciernes, o una pasión, no sabemos, que corrió a partir de entonces como la pólvora y acabó en un matrimonio de papel couché. Lo cierto es que su "secretaria", Marina Castaño, pasó a ser la "dueña" del universo Cela, mientras vivo y "marquesa viuda" después, una vez muerto. El desenlace ha sido un despropósito y un mal manejo del legado del escritor que han acabado en los tribunales dando la razón al hijo Camilo José Cela Conde. Quien dijo en su día haber enseñado a decir "Te quiero" al escritor, ha protagonizado un final nada literario ni honesto con el legado que, entendemos, debe ser compartido con el patrimonio cultural. Amor y dinero siempre andan a la greña, algo que parece que Marina condujo, pues donde puso el ojo dio con la bala; hasta que le salió parte del tiro por la culata (lean si no http://elpais.com/elpais/2014/10/10/estilo/1412969940_443042.html). Del insigne escritor, jaleado, ensalzado, y vilipendiado por otros menos, quedan resquicios que traer a su biografía. El Cela censor para el régimen, el Cela escritor con sus devaneos con ciertos "negros", o peor, con ciertas acusaciones de plagio. Pero eso es otro capítulo que el tiempo irá madurando, o no, como el vino que salpicaba su lengua y desparramaba en soliloquios sobre la mesa.

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