martes, 30 de septiembre de 2014

Callejeando

Voix-vives frente a la muerte


   Joan Manuel Serrat ya no confía en la especie humana, "no me siento nada partícipe del proyecto de futuro (...) El miedo está haciendo mucho daño a esta sociedad”, (El País 1-9-2014).    Estas mil veces escuchadas palabras me arrancan un estremecimiento por venir de uno de los rapsodas con los que afinamos oído y mente a la poesía, a los poetas de siempre. Con él aprendimos, sin darnos cuenta, versos y compases que aún tarareamos en lo interno de nuestro ser. Con él vivimos, aún hoy, las cosas grandes y pequeñas que los poetas destapan con la palabra; una palabra que a veces abre en canal un cuerpo, con mayor vehemencia que un cuchillo (el pavor ante la desesperación de un secuestrado, un periodista, a punto de ser ejecutado en la guerra de Siria, pidiéndole que le cortase cuanto antes el cuello a su verdugo ante la inminencia de su muerte constatada; y esto en los versos de un poeta iraquí en el punto final de Voix-vives en Toledo, entre el 5 y 7 de septiembre pasados).
   Voces vivas, el encuentro de poetas que tienen como orilla un Mediterráneo sin fronteras, ha cumplido dos ediciones en la capital manchega, después de pasar por El Jadida (Marruecos), Génova (Italia) y Séte (Francia). Esa última noche, frente al Tajo, también nos llega, como un fogonazo más de rabia e impotencia, el testimonio de Qasim Albrisem, un doctor torturado por sus ideas en Irak, recogido en su Fligt from Saddam y para el que sellan estos versos:
No pierdas nunca el agua que duerme a los guardianes
Ni alojes en su boca la sal de tu estupor
                                                          Enrique Falcón (España).

   A lo largo de estas tardes-noches he sentido con estos poetas de pieles multicolores un pesimismo cercano al desasosiego en el fondo de sus mensajes, aunque también, como no, como siempre en la poesía, desencadenarse la pasión, el sexo, la belleza y la transgresión de la vida; el año pasado levantó mi piel de mármol J.C. Mestre y su poema “Cavalo Morto”, donde universo y hombre se colaron en mi imaginario:
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo…


  Este septiembre, frente a la colosal catedral, a los pies de esa original obra de Cristina Iglesias, reflejando la piedra granítica en nerviaciones al fondo, sentimos hondos los versos en árabe, italiano, francés, castellano, y tantas lenguas, perfumados, irónicamente, por las oleadas de sabores a chorizo, morcilla y panceta, mientras algún chaval distraído se aloja en los bajos del Ayuntamiento con sus últimos wasaps del día (toca eso ahora, claro está, mientras al otro lado otro joven de la misma edad busca el abrazo tierno de la colega poetisa que declamó a la tarde en otro rincón de la ciudad imperial).
La magia de la obra de Cristina Iglesias.
Mejor verlo en vivo.
   Versos tristes y duros sobre la melancolía, la muerte, la sensualidad, con el bello poema visual que recreaba la intérprete para el colectivo de sordos, con el arte y la belleza de las manos y brazos, acompañados de los gestos del rostro, con la traca final en el poeta-poema llanamente expresivo desde su mundo, aquel sí sordo y mudo.
  El resto de los días se desparraman por todos los rincones de esta ciudad, tantos y tantos poetas de tantas regiones dispares que es mejor sacar al albur cualquier verso y autor para luego encontrarse con él a solas, para disfrutarlo en vivo, rozándolos, abrazándolo. 
  Paradójicamente releía al tiempo una novela recomendada por un buen amigo, Ávidas pretensiones, de Fernando Aramburu (Seix Barral, 2014), donde un grupo de poetas lucha, cuerpo a cuerpo, con todas las malas artes, por publicar a costa de cualquier pago. Mas en Voix-vives estos seres multiformes avivan lazos de cordialidad, respeto mutuo, silencio, y hasta el ensimismamiento, para animar a un público que se deleite en la musicalidad de las lenguas del otro, antes de conocer su traducción, con cada pliegue de sus cuerpos.
   Y luego los paseos poéticos por el Toledo de Garcilaso, Bécquer, el grupo de la Orden de Berlanga y tantos otros, de la mano de Manuel Peinado, cayendo la tarde en las plazas y con el contraste del poeta árabe bajo cruces y altares (mientras desde alguna ventana saltan las voces de los comentaristas del Mundial de Baloncesto, sin conseguir bajarnos del Parnaso en el que andábamos perdidos). En otros vericuetos creativos, poemas infinitos o musicalizados con instrumentos enraizados en un pasado que no nos resulta remoto.
  Cuando ahora releo algunos poemas de Manuel Rivas, a quien no me atrevo a definir si poeta o novelista con un grandísimo tinte poético, de su antología El pueblo de la noche (Alfaguara, 1996), con su "Carretera",


El indicador decía Con niebla, no se detenga,
pero la niebla llegó a ser tan espesa
que detuvo cuidadosamente su coche.
Salió, dió unos pasos,
pero un miedo ancestral le hizo retroceder.
No había ruido ni eco
como si todo lo existente se desvaneciera.
Puso la radio y sólo escuchó una música árabe,
qué coño, tan al Norte.
Fue entonces cuando vio aquellas siluetas en el parabrisas.
Eran vacas,
enormes cabezas con ojos de aguanieve.

quise ser esa...

mujer que espera sentada
en un banco de la plaza de ángeles
frente a la catedral que no recuerdo
                                                   
                                                    Violeta Medina (Chile).


                                                      
                                      Para que las voces vivas siempre superen a las muertas por el miedo.

1 comentario:

  1. Creo que para mí también fue una experiencia rica en sensaciones y emociones. Espero que la tercera edición llegue pronto. Gracias.

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